miércoles, 19 de noviembre de 2008

Cómo entre todos sostenemos al gigante con pies de barro

Oscar Martínez

Uno de los aspectos que peor conoce el gran público sobre la realidad económica mundial es la base de la ligazón que existe entre la economía norteamericana y el resto de economías del mundo. Las guerras de Irak o Afganistán, o el inmenso gasto militar de Estados Unidos para sostener su imperio (más de 730 bases militares repartidas en 50 países (1), un presupuesto anual de más de 400.000 millones de dólares) no serían posibles sin la inyección constante de una gran cantidad de dinero procedente del exterior. La economía norteamericana necesita de grandes aportaciones de capital extranjero y, al mismo tiempo, los países exportadores de manufacturas, materias primas y energía necesitan del gigante yanqui para sobrevivir. Éste es el origen de la actual crisis. Y la razón por la cual ésta ha sobrevenido, a diferencia de las anteriores, en el mismísimo centro del Imperio.

Durante años, los países exportadores de petróleo han estado alimentando Estados Unidos con dos cosas. La primera es obvia: petróleo, en un país que consume él solito el 25% de la producción mundial de ese vital hidrocarburo. La segunda también es conocida: petrodólares. Los dueños de Arabia Saudita y otros estados semejantes reinvierten los dólares que reciben por la compra de su oro negro en la economía norteamericana. Eso hace mucho tiempo que se sabe. Lo que sucede es que esos mismos petrodólares sirven luego para pagar la enorme factura de petróleo, gracias al papel del dólar como moneda de referencia, poderosísima herramienta en manos del Tesoro y la Reserva Federal norteamericanos.

Pero hay algo más. No sólo de petróleo vive el hombre. Países como China exportan a Estados Unidos inmensas cantidades de bienes manufacturados de todo tipo, que los yanquis –especialmente los de clase media– consumen con fruición en grandes superficies como Wal-Mart. La industria manufacturera norteamericana ha sufrido en los últimos años una gran sangría de puestos de trabajo debido a estas exportaciones y a las deslocalizaciones de sus propias empresas. Para mantener los precios relativamente bajos y continuar con las exportaciones, dichos países necesitan mantener sus monedas locales también a bajo precio. ¿Solución? Compran más dólares. Así, el precio del dólar se mantiene, relativamente al menos.

Cuando digo que compran dólares, estoy diciendo que invierten esos dólares principalmente en bonos del Tesoro (deuda pública generada por el gobierno norteamericano) y, hasta ahora, en paquetes financieros de origen oscuro, basados en hipotecas sobre bienes inmobiliarios, pero de alta rentabilidad. En lugar de invertir en la economía productiva y generar empleo, los capitales han huido hacia la especulación bursátil e inmobiliaria. Esta es la razón por la cual todo el mundo se ha pillado los dedos cuando dichos paquetes financieros han empezado a oler mal, muy mal. Los bancos centrales y privados de los países que venden a Estados Unidos bienes producidos por sus empresas –incluyendo a la Unión Europea– estaban reciclando los dólares que obtenían y recursos financieros de otras procedencias en Wall Street y en Washington, comprando dichos paquetes, permitiendo con ello que EEUU se endeudara cada vez más, y más, y más. Sucede lo mismo que con un insecto parásito, que no puede abandonar al animal del cual se alimenta, aunque éste se esté muriendo, porque él también moriría.

Y una vez ha estallado la burbuja y la crisis ya es un hecho, ¿qué ha pasado? Pues, como se suele decir, una huída hacia delante. Con el fin de activar de nuevo el flujo financiero, el gobierno norteamericano ha continuado endeudando a su país mediante la inyección de dinero público en su sistema financiero privado –en lo que ha sido una operación de chantaje en toda regla por parte de Wall Street­–, esperando con ello que los bancos volvieran a prestar dinero a la gente y todo volviera a empezar. Naturalmente, lo más lógico es que dicho dinero hubiera sido invertido en salvar de la bancarrota a muchas personas que están con el agua al cuello. Pero la lógica –y mucho menos la ética– no gobierna las mentes de los ultraliberales que mandan en Washington, y han preferido dárselo directamente a los inversionistas tramposos y chorizos, culpables de este desvarío, comprando valores basura que no valen un pimiento.

Mientras tanto, la Unión Europea ha puesto en práctica medidas similares, aunque bajo el manto de un supuesto llamado a la regulación y el control de los mecanismos financieros, envolviéndolo todo con mucha retórica y declaraciones altisonantes. Pero, en realidad, están tan acogotados como los yanquis, porque la recesión en Estados Unidos está arrastrando también a la economía europea, que depende de la buena marcha del gigante con pies de barro.

La verdad es que no tienen ni idea de qué se debe hacer. La única solución sería abandonar los preceptos liberales que han marcado la marcha de la economía mundial en los últimos 30 años. Pero no creo que lo hagan, porque hay demasiadas grandes fortunas en juego, además de intereses que ni sospechamos que existan. La prueba está en los resultados de la cumbre que lo había de arreglar todo –iban a “refundar el capitalismo” – y que no ha arreglado nada: el G-20. Ya nadie se fía de la economía norteamericana ni del dólar. Pero tampoco hay muchas alternativas. Así que: más de lo mismo. Si leemos la declaración final, veremos que el mercado sigue siendo un dios al que en el “altar de la libertad” se sacrifica todo, menos el dinero de los ricos, claro. Esto es lo que firmaron George W. Bush y compañía (incluyendo a nuestro autoproclamado campeón de las ideas socialdemócratas –que luego, una vez en casa, se pasa por el forro–, Rodríguez Zapatero) el pasado 15 de noviembre:

“Reconocemos que estas reformas únicamente tendrán el éxito (sic) si están firmemente fundamentadas sobre un firme compromiso con los principios del libre mercado, incluyendo el imperio de la ley, el respeto por la propiedad privada, el comercio y las inversiones libres en los mercados competitivos y se apoyan sobre unos sistemas financieros eficientes y eficazmente regulados.

Estos principios son esenciales para el crecimiento económico y la prosperidad, habiendo ya liberado a millones de personas de la pobreza y elevado sustancialmente el nivel de vida a escala global.

Reconociendo la necesidad de mejorar la regulación del sector financiero, deberemos, sin embargo, evitar un exceso de regulación que podría obstaculizar el crecimiento económico y exacerbar la contracción de los flujos de capital, incluyendo a los países en desarrollo.”
(2)

“Compromiso con los principios del libre mercado”, “respeto por la propiedad privada”, “inversiones libres”, “crecimiento económico y prosperidad”, “liberado a millones de personas de la pobreza” “evitar un exceso de regulación”, ¿no nos suena de algo ya, todo esto? Son las mismas mentiras de siempre.

Finalizo este artículo recordando que el próximo sábado 29 de noviembre hay convocada en Barcelona, lugar desde donde escribo, una manifestación contra los responsables de la crisis financiera, bajo el lema “Que la crisis la paguen los ricos”, plaza Universitat, 17:30 h.


Notas:

1. Coronel Daniel Smith. Despliegue militar estadounidense en el mundo. http://www.voltairenet.org/article123114.html.

2. Texto completo de la Declaración final de la cumbre del G-20. http://www.viejoblues.com/Bitacora/texto-completo-declaracion-cumbre-g-20.

No hay comentarios: