viernes, 24 de octubre de 2008

Economía y mundo físico

Oscar Martínez


A partir de la lectura de una entrevista a José Manuel Naredo (1), me gustaría comentar brevemente la relación que existe entre la economía y el mundo físico, el mundo de lo real.

He observado que los análisis sobre la actual crisis financiera en los medios de comunicación se quedan todos en la superficie. Todos parecen responder a la creencia según la cual la evolución económica es independiente de lo que acontece en el mundo físico. La “ciencia económica” se convierte así en ciencia de lo virtual. Por otra parte, la economía real, aquella que se encarga de producir los bienes y servicios necesarios para la vida, está casi por completo subordinada a la economía financiera, la economía del dinero. Hasta tanto es así, que sólo el 10% del total del dinero circulante corresponde a bienes reales. El resto es una invención de los agentes económicos que operan en los mercados bursátiles y en las entidades financieras. Ello significa que, si de repente, una parte considerable de las personas que disponen de dinero en el mundo quisieran convertir este dinero en cosas tangibles, el mercado no sería capaz de responder a este súbito incremento de la demanda por la sencilla razón de que no habría suficientes de estas cosas.

Para entender cómo hemos llegado hasta aquí, Naredo llama la atención sobre la evolución del pensamiento económico durante el siglo XIX, evolución que llevó a una ruptura de la relación existente entre la economía y el mundo físico. A partir de ese momento, que coincide con los inicios de la extracción industrial de combustibles fósiles, la economía deja de depender de la tierra, es decir, de los procesos naturales:

“El término producción funciona justamente como una pantalla que oculta lo que hace la civilización industrial. Es decir, oculta precisamente que ésta se ha separado, por primera vez en la historia de la humanidad, de la fotosíntesis y de todas las producciones renovables asociadas, tal y como hace la biosfera que está unida a la fotosíntesis y a todos los ciclos naturales conexos.”

Es entonces cuando, gracias al poder energético acumulado durante millones de años en los combustibles fósiles, la producción de cosas deja de depender de los ritmos naturales. La actividad económica aumenta espectacularmente; todos conocemos esa parte de la historia porque nos la han inoculado en nuestra mente en el colegio, pero tendemos a olvidar que también aumenta la generación de desechos, y aumenta a una velocidad que la naturaleza no puede seguir. Hemos roto, por primera vez en la historia, aquello que permite la regeneración automática de la vida:

“el problema es que los ciclos de materia y de energía ya no cierran. A diferencia de lo que hace la biosfera, donde todo es objeto de utilización posterior, donde los desechos vuelven a convertirse en recursos, desde el ciclo hidrológico hasta el ciclo del carbono.”

Uno de los aspectos que más rotundamente demuestran la disparidad entre los ritmos de crecimiento económico y los ritmos de la naturaleza es la extracción de fuentes de energía de procedencia fósil. Lo que la Tierra ha tardado millones de años en producir, el ser humano lo está consumiendo, hasta llegar a agotarlo, en menos de dos siglos.

“En realidad, el petróleo es el fruto de la fotosíntesis en un lejano pasado, son microfósiles marinos, vegetales y animales, con una antigüedad de muchos millones de años. Se sabe con toda claridad que los ritmos de extracción en algo más de un siglo son inconmensurables con los ritmos geológicos de su formación a lo largo del tiempo.”

Los combustibles de origen fósil (petróleo, carbón y gas natural) proporcionan un 85% del consumo mundial de energía (2). En concreto, el petróleo representa un 40% del total. Es obvio que si esta fuente de energía se agotase, ello representaría un enorme contratiempo para la economía global. De hecho, algo más que un “contratiempo” en los países llamados “desarrollados”, donde la dependencia del petróleo es total. Fue la existencia de grandes reservas de petróleo de fácil y barata extracción lo que permitió el crecimiento económico sin parangón en la historia que se dio en el siglo XX. Su agotamiento, seguido del de los otros dos combustibles, supondrá el fin inexorable del modelo económico actual.

Alguien dirá que las energías renovables, o la energía nuclear, pueden, con el tiempo, sustituir a las de origen fósil, permitiendo la continuidad indefinida del crecimiento económico, pero no es así ni mucho menos. Según Pedro Prieto (3), que las energías renovables puedan sustituir algún día al petróleo como principal fuente energética, manteniendo los niveles de producción y consumo actuales, es una utopía. Los enormes costes de la conversión a las nuevas formas de generación de energía suponen un formidable obstáculo, pues dicha conversión ya supone un inmenso gasto energético. Pero lo más importante es que si es difícil que las energías renovables lleguen a aportar la cantidad de energía que se necesita para mover el mundo ahora, en la actualidad, mucho peor lo tendrán en el futuro. El capitalismo necesita un ritmo de crecimiento anual de un 3% para reproducirse. Ello quiere decir que si queremos mantener el modelo económico actual, necesitaremos el doble de energía dentro de 25 años, 4 veces más en 50 años y 16 veces más dentro de un siglo. Y en estos cálculos, sólo tenemos en cuenta a ¼ de la población del planeta. Hoy, cuando todavía queda petróleo, ya no hay suficiente energía para extender la sociedad de consumo a las tres cuartas partes de la población restante. Las matemáticas no mienten. El único camino, pues, consiste en cambiar de modelo económico.

Constantemente los medios de comunicación y la publicidad nos venden una fe ciega en la tecnología, según la cual todo problema al que se enfrente la humanidad, por grande que éste sea, puede ser solucionado con alguna innovación tecnológica que algún genial científico, o el gobierno norteamericano, se guarda secretamente en la manga. Si eso fuera cierto, hace tiempo que el petróleo hubiera dejado de ser la principal preocupación estratégica de la gran potencia y guerras como la de Irak o Afganistán, en las que el estado norteamericano se ha gastado miles y miles de millones de dólares, no habrían tenido lugar.

Volviendo a Naredo, el fanatismo tecno-científico que ha caracterizado la filosofía y el pensamiento económico occidentales en los dos últimos siglos entra en contradicción con los principios de la física, en concreto con la segunda ley de la termodinámica (4).

“En sustancia, este segundo principio dice que la energía consumida o disipada ya no está disponible una segunda vez para un mismo trabajo y que el consumo de las materias primas las dispersa irreversiblemente.”

Así que la naturaleza nunca recupera toda la energía ni la materia que consumimos, un argumento insoslayable en perjuicio de la teoría económica basada en el crecimiento sin fin. Continuar por esta senda, por lo tanto, es físicamente imposible. Y no estamos hablando de límites que se alcanzarán a largo plazo, sino de fronteras que ya estamos sobrepasando.

“Si se consideran los ciclos de la materia en la biosfera, lo que se estudia en ecología, se ve que el comercio mundial por sí sólo pone en movimiento cada año un tonelaje muy superior a los aluviones que arrastran todo los ríos de la tierra sumados. Es un tonelaje de magnitud comparable al ciclo completo del carbono. El total de los movimientos anuales de tierra en relación con las actividades extractivas, estimado en cerca de 100 mil millones de toneladas, es a su vez cinco o seis veces mayor... Se ve por lo tanto que la especie humana tiene sobre el planeta un peso completamente determinante y que ha aumentado muy rápidamente, sobre todo en los últimos 60 años.”

Los límites físicos, pues, no sólo tienen que ver con la energía, también con la extracción de las materias primas imprescindibles para la industria y el mantenimiento de nuestro modelo de vida, altamente derrochador. Lo grave, según Naredo, es que la mayoría de estas materias primas están localizadas fuera de los países desarrollados, los cuales consumen 10 veces más de estos productos que el resto del mundo, lo que es un ejemplo más del carácter intrínsecamente insostenible del capitalismo.

La propaganda incesante, en las escuelas, en los medios, en las universidades y en los organismos internacionales, sigue alabando este modelo, presentándolo como el más eficaz en producir riqueza y bienestar, como la meta que deben alcanzar todos los pueblos de la Tierra para ser felices. Y así, aquellos que no se ajustan a los estándares de consumo desaforado y contaminación sin fin, preservando gracias a ello los bienes que proporciona la madre naturaleza, son calificados de “pobres” y, en cambio, los que están generando pobreza destruyendo para siempre esos mismos bienes, son considerados los “ricos” y los “civilizados”. Hasta tal punto están invertidos los papeles en esta película.

“Pero lo que fue nefasto, es la generalización al mundo entero de una sola idea de los modos de vida. Y esto sobre todo después de la Segunda Guerra Mundial. De golpe, millones de gente (sic) en todas partes del mundo pasaron a sentirse pobres -y hoy están fuertemente pauperizados- mientras que antes, en toda la historia en humanidad (sic), habían vivido dignamente, en relación con los recursos locales de los que disponían y con las limitaciones que implicaba vivir en su ámbito.”

Ya hemos visto que pretender exportar la sociedad de consumo al resto del mundo es imposible por falta de recursos naturales, los cuales la naturaleza es incapaz de renovar con la suficiente rapidez. Pero seguimos cerrando los ojos a esta realidad y negando la posibilidad de aprender de aquellos que consiguen vivir dignamente sin poner en peligro la continuación de la vida, amoldándose a su particular ecosistema. Por el contrario, el capitalismo hace todo lo posible por destruir los sistemas económicos preindustriales que todavía existen, porque necesita crecer constantemente y expandirse para no morir, lo cual no deja lugar al resto de la humanidad.

La economía capitalista es como ir en bici: si uno para, se cae. Y eso es lo que está sucediendo actualmente. La crisis financiera desembocará en una recesión mundial al haberse paralizado los flujos de capital que hacen mover el sistema. Lo realmente aterrador es pensar que a la crisis financiera se sume la energética y la ecológica, multiplicando por diez o por cien sus efectos. Antes de que este momento llegue, deberemos replantearnos muchas cosas. La primera de todas es reducirlo todo a magnitudes monetarias, como hace la ciencia económica oficial. Ya hemos visto la relación que hay entre la masa monetaria y la capacidad de producción real, una relación ficticia ya que hay menos bienes que dinero. Los economistas tampoco tienen en cuenta en sus cálculos los costes que suponen la generación de desechos y la destrucción de recursos naturales en los procesos productivos, lo que pondría de manifiesto la gran ineficiencia de la economía capitalista. La segunda cosa que debemos combatir es la fe absurda en el crecimiento ilimitado, que la física se encarga de desmentir, como ya hemos visto. La tercera es asumir que los países desarrollados son grandes dependientes de las materias primas y las fuentes de energía que provienen del Tercer Mundo. Una interrupción de ese flujo paralizaría nuestra economía, además de representar su producción y transporte un enorme coste económico y ecológico que tampoco se tiene en cuenta en los balances ni en las cuentas de resultados.

¿Conclusión? Es obvia: debemos renunciar a crecer indefinidamente, a producir más y más cada año que pasa, de forma absurda y sin sentido. No sólo porque llegará un momento –quizá ya ha llegado– en que será imposible seguir haciéndolo, sino también porque es una ilusión vana no ver que la economía capitalista destruye más que crea. Debemos, pues, encontrar maneras de satisfacer nuestras necesidades, garantizando un buena calidad de vida y poniendo límites a todo aquello que provoca destrucción. Todo ello implica, a mi juicio, sustituir el capitalismo por otro sistema, en el que predomine el bien común (que incluye a nuestro ecosistema) por encima de los intereses y las obsesiones patológicas de unos pocos miles de ludópatas y asesinos. Pero, sobre todo, por una economía que no cierre los ojos a la realidad física del planeta que nos ha tocado vivir.


Notas:

1. José Manuel Naredo. Abrir la ‘caja negra’ del sistema económico para mostrar los flujos ocultos. Entrevista, I y II, en Revista Sin Permiso. http://www.sinpermiso.info/#.

2. Ramón Fernández Durán. El crepúsculo de la era trágica del petróleo: pico del oro negro y colapso financiero (y ecológico) mundial. http://www3.rebelion.org/docs/68533.pdf.

3. Pedro Prieto. Modernos dioses tecno-ecológicos: Helios y Eolo. http://www.crisisenergetica.org/staticpages/index.php?page=20031126184416943.

4. Segunda ley de la termodinámica. http://es.wikipedia.org/wiki/Termodinamica#Segunda_ley_de_la_termodin.C3.A1mica.

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